Los antepasados cazadores recolectores
vivían en pequeños grupos que nunca habitaban en un lugar el tiempo
suficiente para polucionar las aguas y acumular basura que atrajera a
insectos y roedores capaces de transmitir enfermedades. Esos pequeños
grupos no sufrían de las enfermedades contagiosas que requieren
poblaciones grandes para mantenerse. Por otra parte, su alimentación
era muy variada, lo que les libraba de las patologías provocadas por
el déficit de nutrientes esenciales. El numero de humanos aumentó y
se extendieron por toda la Tierra. Los que cruzaron el estrecho de
Bering encontraron en América un paraíso para la caza. Sin embargo
en el viejo mundo la carne fue cada vez más difícil de conseguir,
así que aprendieron a cultivar el grano. Los cultivos atrajeron a
aves, ovejas y cabras salvajes, que fueron domesticadas. Los humanos
y los animales domésticos viviendo juntos crearon condiciones
ideales para las ratas, pulgas, garrapatas, moscas y mosquitos que
adquirieron la capacidad de transmitir enfermedades a los humanos. La
dieta se deterioró rápidamente, ya que se basaba mayoritariamente
en un solo tipo de cereal. Las enfermedades que se transmiten por
aguas contaminadas se extendieron. La revolución neolítica desde el
punto de vista sanitario fue un desastre.
La convivencia durante milenios
permitió a una serie de microbios que originalmente sólo afectaban
a ciertos animales evolucionar para afectar al hombre. Finalmente
dieron lugar a las grandes plagas que provocaron autenticas debacles
demográficas. Dichas epidemias requieren para sostenerse poblaciones
con alta densidad, como las de las ciudades. Los individuos de una
zona donde se generó una enfermedad generalmente desarrollaban
resistencia a la misma. Sin embargo, los mercaderes llevaban la
enfermedad a nuevas poblaciones para la que no tenían defensas. El
progreso que abrió el comercio hacia el océano Indico trajo al
Mediterráneo la peste de Justiniano. La peste volvió a Europa en el
siglo xiv y mató entre el 25% y el 50% de la población y retornó
periódicamente. Los humanos no habían desarrollado ninguna defensa
contra la peste, ya que es una enfermedad de las ratas y de sus
pulgas de la cual los humanos son sólo víctimas ocasionales. Otro
ejemplo lo tenemos en Islandia, donde la llegada por primera vez de
la viruela en 1717 mató al 36 por ciento de la población. Cuando el
sarampión alcanzó a Hawai y a Fiyi en el siglo xix, eliminó a la
cuarta parte de sus habitantes.
La revolución industrial causó tal
grado de pobreza que hizo que aparecieran de forma generalizada las
enfermedades por déficit nutricionales : el raquitismo debido a la
falta de vitamina D, la pelagra por déficit de niacina y el beriberi
por la ausencia de tiamina ( vitamina BI ). El progreso representado
por la industrialización, la concentración en grandes urbes y la
máquina de vapor, favoreció la expansión de tres grandes pandémias
: tuberculosis, cólera y gripe. La tuberculosis por las malas
condiciones sanitarias y la mala alimentación. El cólera se
extendió gracias a los nuevos medios de transporte. Estos también
llevaron la gripe a todo el mundo en 1918-19 matando a treinta
millones de personas en seis meses. En la actualidad seguimos pagando
el peaje sanitario del progreso : el incremento de cáncer de piel
consecuencia del agujero de ozono o el de pulmón causado por el
consumo de tabaco, la enfermedad de las vacas locas o el sida, la más
reciente de nuestras plagas, son buenos ejemplos.
Joan J. Guinovart
Profesor de Biología molecular de la
UB