Ya
desde los tiempos del libro “la primavera silenciosa” de la Sra.
Carson, tenemos la “conciencia difusa” de que nos rodea un
universo tóxico que nos envenena y modifica nuestra relación con el
mundo. Toxicidad difusa de los transgénicos, de los aparatos
electrónicos móviles… Toxicidad social difusa de la crisis, de la
competitividad…
Pero
queremos hablar de la “toxicidad clásica”, la de los
contaminantes químicos, todos conocemos la historia del DDT
(prohibido en 1972) que a pesar de que la distancia y el tiempo han
hecho que nos olvidemos de él, sigue presente en la grasa de los
pingüinos y en la leche materna en muchos lugares.
Aunque
ya tiene un tiempo, recientemente se ha difundido el informe del
estudio DEMOCOFES, un proyecto europeo LIFe que involucra a 17 países
entre ellos el Estado Español (puedes obtenerlo en el link
http://www.eu-hbm.info/euresult/layman-report).
En DEMOCOFES se han estudiado los contenidos de algunos contaminantes
en el cabello y la orina de chicas y chicos de 6 a 11 años y el de
sus madres, en total se consiguieron 3.688 voluntarios. En las
muestras obtenidas se analizó el mercurio, el cadmio (dos metales
pesados), la cotinina (un metabolito derivado de la nicotina) y
diversos metabolitos de los ftalatos y, en algunos casos, el bisfenol
A.
Aunque
todos sabemos que el mercurio y el cadmio son tóxicos, el caso de
los ftalatos no es tan conocido. Los ftalatos son productos que se
usan como plastificantes (botellas de agua, envases de alimentos,
juguetes…) en cosmética (jabones, perfumes, colonias,
desodorantes, cremas…) y en productos de limpieza. Cada año se
usan millares de toneladas en las industrias relacionadas. El
bisfenol A también relacionado con los plásticos es usado desde
mediados del siglo pasado y es un contaminante omnipresente sobretodo
en zonas cercanas a vertederos y plantas de residuos.
Tanto
los ftalatos como el bisfenol A son disruptores endocrinos,
substancias de origen artificial capaces de interrumpir, aumentar o
disminuir los procesos metabólicos regulados por hormonas. Los
disruptores endocrinos afectan el equilibrio hormonal, reducen la
fertilidad de las especies animales, alteran el sistema inmunológico,
producen malformaciones óseas y en el caso de algunos vertebrados
(como los peces) llegan a inducir un cambio de sexo. Los efectos son
mayores en embriones y en animales recién nacidos o jóvenes.
En
el estudio puede verse que en el caso del mercurio y el cadmio los
niveles de los hijos son inferiores a los de las madres, pero en los
ftalatos y el bisfenol ocurre lo contrario, llegando a ser el nivel
de los hijos el doble del de las madres debido a la acumulación
durante el embarazo.
Las
madres españolas y portuguesas son las que tienen un nivel de
mercurio más alto en el pelo (6 veces la media de los 17 países).
En el caso de los ftalatos los niños españoles tienen 6 veces más
metabolitos de ftalatos en la orina (181. microgramos por litro) que
la media europea (34.4).
Solo
hay que echar un vistazo alrededor nuestro, el teclado del ordenador es
de plástico, el boli, la mesa… Todos tienen componentes de
plástico, más allá en la cocina, el dormitorio, en la calle… Hay
plástico en el mobiliario urbano, en los transportes públicos…
Estamos en una civilización de plástico, en una civilización de
diruptores hormonales que se van acumulando… En eso de nada sirve
el reciclaje.
Vivimos
en una civilización tóxica de la que es imposible huir, en una
toxicidad difusa que todo lo invade… La única solución es acabar
con esta sociedad, con esta civilización.